Un día a la semana, generalmente el sábado, me entrego a una
actividad terapéutica. Por ejemplo: ver la tele debajo de una mantita.Me
gusta mucho. Tanto me gusta que a veces hasta me duermo. El sueño no es
una respuesta de hastío, sino de placer. Y como digo la tele digo el
cine. Sumergida bajo una mantita (la misma), me dispongo a ver una de
esas películas que la crítica considera obras maestras. No falla: a los
10 minutos ya estoy sopa. Afortunadamente, mis sueños son cortos, así
que empalmando los minutos de lucidez que quedan libres entre sueño y
sueño, logro hacerme una idea de la película.
La televisión es un animal de compañía. La pones bajita y te arrulla.
En mi caso, si no veo la tele, no duermo. Tema aparte es que crea lo
que dice, aunque a veces estoy a punto. Entonces desarrollo una
sintomatología que dura tres días. Hablo sin hablar en mí, tipo
ventrílocua, y digo cosas que habitual
mente no están en mi vocabulario, como «argumentar», «Estado de Derecho», «asignatura pendiente» y «dicho esto». Cosas que sirven para rellenar pero en las que nunca pienso. O sea, doctrina. No existe una sola doctrina, sino dos o tres; como tampoco existe un pensamiento único, sino varios, aunque si te fijas, todos se nutren de las mismas expresiones.
mente no están en mi vocabulario, como «argumentar», «Estado de Derecho», «asignatura pendiente» y «dicho esto». Cosas que sirven para rellenar pero en las que nunca pienso. O sea, doctrina. No existe una sola doctrina, sino dos o tres; como tampoco existe un pensamiento único, sino varios, aunque si te fijas, todos se nutren de las mismas expresiones.
Sumida en el trance hipnótico de la mantita yo no suelo fijarme
mucho, pero mi subconsciente es una esponja y lo absorbe todo.Así que
nada más abrir el ojo empieza a emitir señales. Los hombres de mi casa
dicen que incluso dormida pronuncio frases sicalípticas del estilo «como
no podía ser de otra manera». Ellos no lo saben, pero cuando eso
ocurre, estoy soñando. O sea: sueño que estoy en una tertulia (como no
podía ser de otra manera, claro).
La gente imita a la tele, ese animal de compañía que proporciona
hogar y doctrina. Se empieza diciendo «como no podía ser de otra manera»
y se acaba poniendo a parir a ZP. En este mundo nuestro, las palabras
aparecen antes que las ideas. El mimetismo es al lenguaje lo que el
contagio a la gripe. Ahora todos hablamos igual. Igual que la tele,
quiero decir. El habla es el mensaje.No somos conscientes porque la
inercia nos lleva como el agua lleva al río. Es una música familiar que
taladra el cerebro con la potencia del berbiquí. Cada nota aporta una
brizna de doctrina, y muchas notas seguidas conforman el catecismo
sinfónico. Nos hemos vuelto incapaces de articular una sola nota fuera
del pentagrama orquestado. Somos unos mansos.
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