Tengo
la suerte de cruzarme con muy pocos como tú en mis redes sociales,
suelo encontrar gente amable, que se dirige a mí con cariño, pero como
alguna vez nos hemos cruzado, me he puesto a pensar en ti.
He
pensado mucho en los motivos que te llevan a sentarte delante del
ordenador llenito de rabia y recorrer las opiniones ajenas buscando la
ranura que te va a permitir dejar una guinda de mal rollo colgada en la red.
He visto tu ceja elevarse de satisfacción cuando has descubierto un
supuesto fallo, he visto tus dientes de lobo asomando tras tu sonrisa
triunfal.
Te he imaginado tecleando fuerte, cargadito de razón,
como el señor con el palillo torcido en la boca que da puñetazos en la
barra del bar, que por gritar, golpear e insultar cree que lleva razón.
Desde aquí oigo el golpe fuerte que le das a la tecla “Intro” cuando
has descargado. Como el que aprieta el botón de la cisterna para mandar
su mierda a un punto inconcreto del universo.
Y luego te he
visto levantarte a tu vida normal de persona normal, de vecino que
siempre saludaba. Te veo en la piscina con tus colegas, con el séptimo
cubata cada noche, o el porro en la mano y sin camiseta, en el ascensor
saludando... Siempre saludaba.
Eres como el chulito de pega que grita: “Sujetadme que lo mato” en una pelea deseando que lo sujeten porque se muere de miedo.
Como el que pega el chicle debajo de la mesa sólo porque no le ven,
como el que mea fuera aposta nada más que para joder al que venga
después, el caballero siniestro que sólo gana batallas tristes.
Me ha dado por pensar en la falta de cariño que te lleva a buscar la
atención de alguien en internet a base de insultarle, como cuando de
niños tirábamos de las coletas a la niña que nos gustaba para que, por
lo menos, se enfadara con nosotros.
Y me has dado una ternura tremenda.
Quiero que sepas que, en mi caso, me duras el tiempo que se tarda en
darle a la tecla de bloqueo, que eso que buscas no lo vas a conseguir,
que a mí, de la coleta, sólo se me tira una vez.
Que no voy a
publicar tus escupitajos, que no te voy a dar el segundo de gloria que
buscas, que no tienes razón por decir así las cosas, que pierdes la
razón por decir así las cosas.
Que no tengo tiempo para tus
frustraciones, que si tienes la necesidad de volcar tu rabia en alguien
que no te puede devolver el golpe porque no te conoce y no te alcanza,
tienes un problema de abrazos.
Que si quieres hablar, debatir, contrastar opiniones, matizar con educación, bien.
Que si quieres descargar en mi Facebook, Twitter o Blog todo lo que no
te atreves a decirle a los que te han convertido en un macarra
cibernético disfrazado de ser humano, mal.
Por eso esta carta
es de amor. Porque lo que siento las pocas veces, afortunadamente, que
me encuentro a los de tu tribu, es una pena tremenda, y unas enormes
ganas de darte el cariño que te falta, como quien encuentra un perrillo
maltratado.
Te quiero, Troll. Pero sólo como amigo.
Saluda a tus iguales de mi parte, yo ya no puedo porque los bloqueé y, al fin y al cabo, tú siempre saludas.