04 junio, 2012

Los pies, allí donde empezó todo.

Existen unos pequeños seres de los que, poco a poco, nos hemos ido distanciando: los pies.

Cuando nacemos nos llevamos muy bien con los pies. Los bebés, cuando están en la cuna, se dan besos en los pies, les dan la mano… Es como si se saludaran a sí mimos pero por el otro lado, como si aún no tuvieran claro qué va ser lo de arriba, la cabeza o el culo. El bebé te mira desafiante, como diciendo: “Pues yo le doy la mano al pie. Hazlo tú, a ver si hay huevos”.

Al final, a los pies les toca abajo. Nosotros vamos creciendo, la estatura se nos sube a la cabeza y los pobres pies se van quedando allí lejos. Cada vez que hay que bajar a hacer una gestión a los pies da mucha pereza. Ponerse los calcetines, atarse los cordones… Cuando uno se ducha, raras veces se frota los pies. Te frotas el pecho, los brazos, el cuello, miras para abajo, ves que toda el agua jabonosa va cayendo en los pies y piensas: “No hace falta que me agache. Ya con eso llega”.

Cada año que pasa, nos separamos más de ellos. Dicen que la distancia hace el olvido, de hecho, ¿alguna vez os habéis fijado en los pies de los abuelos? Es como si estuvieran abandonados. Para mí que ya no se acuerdan de que tienen pies.

Sin embargo, a lo largo de nuestra vida los pies no dejan de hacer cosas para llamarnos la atención. Un día vamos caminando descalzos por casa y el dedo meñique se lanza de cabeza contra la pata de la cama. ¿Para qué? Para llamar nuestra atención. Otro día al pie le da por generar caviar. Y si ve que no le hacemos caso, el pie se duerme. ¡Aunque sea de día! Es un fenómeno fascinante cuando se duerme un pie. Es como si en las venas, en vez de sangre, tuvieras agua con gas. 
Notas las burbujitas.

El pie quiere jugar, como cuando bajamos a cortarnos las uñas, que el pie nos las lanza disparadas para que las busquemos, como el que le lanza una pelota a un perro. Lo que pasa es que es imposible encontrarlas, pues las uñas tienen forma de bumerán. Una uña sale disparada, la ves, sigues la trayectoria, calculas dónde puede caer, pero a mitad de camino vuelve y te rompe los esquemas. Es como cuando haces que lanzas una pelota a un perro, pero en realidad no la lanzas.

Los podólogos son los únicos que dedican tiempo a los pies. Son tíos raros. ¿Para que necesitan la bata blanca? ¿Qué parte del pie creen que les va a salpicar? Un tío que corta uñas de los pies no necesita una bata blanca, necesita gafas de protección. Los podólogos ven todas las cosas que hacen los pies, sobre todo, los pies de las chicas, que hacen cosas muy raras. ¿Por qué el dedo meñique de las chicas tiene filo? Están afilados como cuchillos, no deberían dejarlas subir a un avión con esos dedos. Creo que las chicas, cuando no las vemos, patinan descalzas sobre hielo, por eso cuando se acuestan tienen los pies tan fríos. Eso, o es que las venas sólo les llegan hasta los tobillos.

Los pies llaman nuestra atención para demandar cariño. Un día estás calzándote un mocasín, metes un dedo de la mano a modo de calzador para que entre el zapato, y el talón te lo aprisiona. ¿Para qué? Para que no te escapes, para estar un ratito con nosotros.

Deberíamos prestar más atención a los pies y a los zapatos. Si lo hiciéramos nos daríamos cuenta de que los zapatos y los pies dicen mucho de la economía y la salud moral de este planeta. En este mundo sólo hay dos tipos de países, aquellos en los que hay más pies que zapatos y aquellos en los que hay más zapatos que pies.

 Dios hizo el mundo en siete días… y se nota - Luis Piedrahita